11 febrero, 2012

La eficiencia del símbolo

Querido camarada:

Vengo hoy a escribirte sobre la simbología y lo mucho que nos aportan las referencias ideales, de ideas, en cada batalla que ganamos nosotros, los verdaderos socialistas, a la historia en esta lucha material sempiterna. Los símbolos, en todas sus formas, son representaciones simples que nos ayudan a comprender la complejidad que nos rodea; son unidades de significado completas, que apelan a un entendimiento compartido, social. Me explico con la ayuda del símbolo: todos los que vieran una marca de hierro en el lomo de una vaca comprenderán que existe la propiedad, que esa vaca es del fulano que le puso tal marca a la res, verbigracia, empedernido capitalista y enemigo del estado, seguro.

No encontrarás en esta carta un completo y sesudo estudio sobre semiótica - no estoy preparado para tanto. Te ofrezco sólo un caso de cómo funciona y nos ayuda a crear futuro esa realidad figurada.

Porsche. Es una marca alemana de coches deportivos al alcance sólo de aquellos que medran (no pienses mal, amigo, que medrar no es pecado, es más bien glorioso, compañero Deng dixit). Es símbolo pues de incansable trabajo, de esfuerzo, de mérito. Por tanto, aquí justificamos la inferencia Porsche-trabajador honrado e infatigable, digno socialista que con su éxito empuja a la nación a la primavera eterna, y a la velocidad que le permiten esos motores alemanes.

Volviendo a mi disertación, ¿Cómo puede esa relación lógica del Porsche y el buen trabajador ser de ninguna utilidad? Al final son solo ideas, pensarás, y que a nosotros, los dogmáticos, nos refieren (¿la idea como símbolo, en si misma?) a malhadadas superestructuras pasadas. Pues bien, pueden servir para dinamizar el tráfico y solucionar de una forma rápida los accidentes. El otro día, paseando por la calle, vi en un cruce cómo un Porsche se llevó por delante a un ciclista. El del biciclo salió ileso, pero no su vehículo, y por eso le exigía a gritos al del Porsche una reparación.

No tardó en mediar el orden. El policía despejó al ciclista con una mirada letal y se fue a preguntarle al del coche si la chapa tenía alguna prueba del evento. Socarrón, pero en el buen sentido, le regaló una sonrisa, le estrechó ambas manos, le dijo con un visaje "qué se habrá creído el de la bici", le dejó irse y apartó al de la bicicleta a la acera para decirle dos palabras.

¿Ves? Relacionar Porsche con trabajador bueno y talentoso ,que no rico, que de eso aquí no hay, faltaría, decía, esa relación sirve para poner a cada cual donde pertenence, en su justo lugar, y al final hacer que todo fluya y continúe en orden y paz. El símbolo es la grasa que suaviza la fricción de los engranajes en esta potentísima máquina que es el estado. Porsche, como carné, como etnia Han, como iphone, como Torre de la Perla... Son todo símbolos, una ayuda para comprender lo que nos rodea y simplificarlo según el evangelio del partido, que al final somos todos, todos los Porsche, carnés, Han, iphones, torres de la perla.

Un fuerte abrazo, querido amigo.

27 enero, 2012

El poblachón manchú lleno de directores generales

Querido Camarada:

¿Cómo te tratan los tiempos que vivimos?¿Cómo sigue la lucha constante a aquel lado de la muralla?Lo digo porque, por mucho que me he acercado a la cornisa y a mirar al otro lado, por mucho que aguzaba la vista, por mucho medio que cuerpo que sacase entre las almenas, con eso y todo, no conseguí ver más allá de la misma China. He estado en la muralla y he descubierto, al mirar a ambos lados de la línea, una China ensimismada.

Y, amigo mío, está en todo su derecho. Ensimismada por ley natural, que aunque poco revolucionaria, muy daoista, y ya te he explicado que el ardor revolucionario "a la chine", con un consumo responsable de confucianismo antediluviano, es un maridaje perfecto –se lo digan al armonizador Hu. China dentro de China, así las cosas.

Porque lo tiene todo y no necesita de nadie, quizás sólo de sí misma, China, mi amigo en el evangelio revelado por el pro-hombre, China se puede permitir dedicarse a lo que de verdad le importa: ella y nada más que ella. Y una gran parte de ella es su capital.

Y no me refiero a su capital humano, que, total, son sólo personas, personas nada más, ya ves, como si sólo hubiese personas. Digo que su capital, Pekín, Beijing, La ciudad importante del Norte, es China en gran parte. Es la China más oficial, tomado oficial prestado del inglés, en el sentido de pública y servidora a la clase obrera, o sea, a partes iguales entre el partido y el ejército de liberación. Pekín es la demostración total de China, una "puestademanifiestópolis" consagrada al hecho de que China sigue existiendo (¿pues cabía alguna duda?).

Es la ciudad imperial desde el inicio de los tiempos, desde mucho antes de la primera olimpíada, y no por eso deja de ser también olímpica. Es amplia como puede serlo: a lo ancho, respetando una horizontalidad que nos recuerda que pertenecemos todos a una clase, la clase única y horizontal que observa feliz sólo las banderas rojas en sus mástiles símbolos del derecho supremo de levantase sobre cualquiera.

Pekín es una ciudad de contemplación, de recogimiento casi tibetano en los templos que demuestran la integridad territorial china, misticismo religioso, hasta histórico, casi político, o al revés. En su inmensidad descansan los símbolos del país, sus héroes, los buenos recuerdos de un pasado borrado por el teñido de rojo hemoglobínico con recuerdos de ocre cañonero, muy demodé, casi de cambio de década, ochenteno. De finales de los ochenta. Del 89 o así, como por verano, como por junio.

Pero todo eso se acabó, y hoy se demuestra que la China más abierta al mundo no recibe nada de él simplemente porque no lo necesita ¿Democracias a China?¿Sociedad Civil a China?¿Paparruchas a China?¡Bastante tiene China! Porque, querido amigo, China está en su momento, en su cacareado siglo, en el momento de levantarse, pues es lo que irremediablemente le toca, o eso dicen. Y se va a levantar a la china. Un país conocido por la tortura y la paciencia, puede pasar sin nada, porque lo tiene todo, y su momento lo demuestra, y Pekín lo demuestra.

Pekín, una ciudad en la que conviven tradición milenaria, tradición posterior a 1949 y modernidad china (que es una mezcla de lo anterior, sus efectos y Hello Kitty), la cita de las tres Chinas, la oficial, la militar y la otra como se llame.

Un abrarzo fuerte, querido amigo

26 enero, 2012

Sinfonía de pólvora, finale de helio

Querido camarada:

¡Feliz año nuevo del dragón! Comienza en China un nuevo año con la explosión de júbilo que sólo se puede imaginar en el país del progreso y el desarrollo; júbilo en forma de humo y mecha, de luces, de chispas, de fuego, de estruendoso catapún.

Corre como la pólvora la alegría, y la alegría hace correr la pólvora por las calles y, sobre todo, por el
aire, que se contagia, ya asmático, del humo de los cohetes. Los chinos vuelven a casa, a pasar las fiestas con la familia, a colocar en sus puertas letreros rojos, de qué color pues, que espanten a los monstruos y atraigan a la buena suerte, y ahuyentar a los malos espíritus con el tronar de los petardos.
Se me ocurren analogías (En la puerta de mi casa/ voy a poner un petardo/para asustar al que venga/ a pedir el aguinaldo…) y paralelismos posibles, pero cualquier parecido con occidente se antoja simple. Por socialistas, y buenos socialistas, como ya te he comentado, los chinos entienden su relación con el espacio y el tiempo de una forma muy lineal, verbigracia, marxista, y contemplan el presente como poco más que el anuncio del futuro (el fin de la opresión y todas esas grandes cosas…).

Pero hasta el presente el río de la lucha de clases histórica ha arrastrado en su caudal tradiciones que se ajustan a lo que está por venir y se acomoda con la modernidad de una forma, aunque socialista, porque en China todo es socialista, faltaría, un tanto peculiar. Tan es así que los peces de colores que se venden estos días alcanzan precios de infarto, ora porque son rojos (ya no sé decirte, amigo, si tiene algo que ver con la política), ora porque en chino existe la homofonía de las palabras “pez” y “suerte”. Tan es así que se venden dragones, que este es el año del dragón, de diamantes, seguro que a precios populares (no lo permitiría el gobierno de otra forma)…

Los chinos al final confían en los amuletos y en la suerte –yo creo que no es nada malo, quizá un poco contrarrevolucionario, casi imperceptiblemente quintacolumnista, pero no llega a ser trotskismo, ni mucho menos–. Esa acomodación de ideología revolucionaria y pasado teóricamente opiáceo, que casi suena a cohabitación en la política francesa, ocurre en el socialismo chino, demostrando al mundo lo mucho que la ideología revolucionaria y el pasado teóricamente opiáceo tienen en común, y sin contradicción.

Por ejemplo, tomemos la evolución que ha previsto la Comisión Nacional para el Progreso y la Reforma de la RPCh, y la figura mitológica del dragón, patrona del nuevo año. Según dicha comisión, 2012 es el año del progresivo enfriamiento de la economía china, del inicio del fin del desequilibrio (positivo) de la balanza comercial. Lo llaman aterrizaje suave. Curioso porque para a los ojos infantiles y fabulosos de un occidental, los dragones tienen alas y parece que suene a que el dragón se retira a descansar las alas.

Pero el dragón chino no es un dragón alado, amigo, no. Es un dragón de agua. Son responsables de las tormentas, las ondulaciones del mar, los remolinos… Para cada uno de los cinco mares que rodean China existe un rey dragón en la tradición popular. De hecho se cree que la figura del dragón es la exageración de las culebrillas y lagartos de los ríos. Para más inri, este año es el del dragón de agua (shuixin), que está en el estado de materia más hacia el yin, con menos fuerza.

Un aterrizaje de un dragón sin fuerzas en el oeste nos recordaría a un flamante y flameante Hindenburg. Pero el dragón chino no tiene alas, así que dejemos las catástrofes aéreas para el morbo capitalista y veamos como los chinos sí que tienen poder, no habrían de tenerlo, para tapar las vías de agua de una economía que se mueve hacía la sostenibilidad milenaria que sólo pueden aportar el socialismo real y de partido.

Un fuerte abrazo con olor a pólvora

19 enero, 2012

Reflexión (tardía) sobre el trabajo socialista

Querido camarada: 

¡Cuánto tiempo sin noticias mías! ¿Podrás perdonar alguna vez mi falta de consideración y constancia? Te invito a que iniciemos desde hoy mismo, mi querido amigo, el repaso a las cartas que gritan desesperadas por salir del tintero desde el antepenúltimo paraíso del socialismo real en la tierra. Empecemos, no hay tiempo que perder.

¿Cuándo aprenderán los cobardes capitalistas a alimentar peor a sus perros para dar de comer a los que no tienen nada? ¿Cómo pueden jactarse de los beneficios del libre mercado, de las ventajas… mientras sus economías viven en la depresión más absoluta desde los años treinta? ¡Qué valor!

En China, amigo mío, los argumentos que disparan los enemigos del Estado no hacen más que rebotar contra el poderosísimo escudo que nosotros, todos, el pueblo, formamos ante sus ataques. Un escudo formado de hechos y pruebas poderosísimas, irrebatibles, totales. Mira si no en cada cruce de calles, esos nudos que vertebran el ir y venir glorioso del trabajador chino, a los asistentes del tráfico, héroes de la circulación, que controlan que ningún despistado (pues, aunque socialistas, la naturaleza humana no es perfecta) se salte un semáforo. Quiero creer que la luz roja se convierte en algo así como un llamamiento a la salvación de la patria, y que las buenas gentes se sienten llamadas más por su responsabilidad que por su prisa. Como sea, para evitar desgracias, cuatro trabajadores, cuatro, se colocan en cada cruce, uno por esquina, enfundados en chaquetas de color caqui, con silbatos brillantes y botas para pasar revista. Si algún incauto intenta cruzar, se lanzan a pitidos contra el imprudente y le conminan con voz enérgica a regresar a su sitio. Y piensa ahora en cuántos cruces de calles puede haber en una ciudad como la megalópolis de Shanghai, núcleo urbano más grande del mundo… Un encomiable servicio a la patria que nos recuerda a todos, y pone en evidencia al capitalismo anti-estado occidental, el papel que el gobierno, o el partido, tanto monta, monta tanto, juegan en la sociedad.

Así, camarada, comprando semáforos para sustituir a un agente de circulación, y colocando luego a cuatro trabajadores para controlar el tránsito de los peatones, en la economía se demuestra como una guía desde el centro será siempre mejor que cualquier otro sistema.

Aunque existen algunos casos en que el partido decide que los trabajadores asuman parte de riesgo y tengan sus negocios. No quiere esto decir que las decisiones descentralizadas funcionen, que no funcionan, como todos sabemos, y que las medidas que tome el planificador central siempre serán más acertadas. Véase el buen tino del gobierno en los cambios anuales de prioridades para los planes quinquenales( del grano al acero, del acero al arroz, del arroz del grano, del grano a los ataúdes...) cuando el país saltaba, grácil y más bien delgadete, hacia adelante.

Decía, oh, camarada querido, hay casos en el que las decisiones fuera del gobierno también aportan a la gran empresa nacional y socialista (¡Qué cacofónico!). Libremente, los empresarios, que pese a ser empresarios también son, cómo no, socialistas, abren sus negocios y libremente se ajustan a la reglamento que se les impone. Libremente, se obligan ante la ley a contratar a más gente de la que un negocio necesita, a aumentar sus gastos en personal cuando no hacen falta. Es su voluntad, ciertamente, ajustarse a la ley. Por eso pueden verse hoteles con varias recepciones, una por planta, o más camareros que clientes en las tabernas donde descansan los trabajadores del país.

Me despido así, querido amigo, con esa reflexión y con el ferviente deseo de que pases un feliz año nuevo chino (que está al caer).  
Con renovado amor, 

08 octubre, 2011

Sobre primeras impresiones de un país desproporcionado

Querido Camarada:

Permíteme saltarme las cortesías y los modos: tengo demasiado que contar y demasiado poco tiempo ¡Ya estoy en China! ¡Ya veo los enormes edificios –o el dibujo de su silueta, tras la bruma, o la polución, o sabe Dios!

Son demasiadas emociones, querido amigo, tantas que no sé cómo ponerlas en orden, ni cómo empezar esta nota que arranca con la intención de ser breve (sic).

De Sanghai, o 上海, que hay que empezar a hacerse a la escritura local, puedo decir poco más que es una ciudad amable y abierta, escaparate para el mundo de lo que es China y de lo que puede ofrecerle. No sé cuánto tiene de real, cuánto de ficticio, ni cuánta de esa ficción es intencionada o accidental. Pero, la primera impresión, única por primera, es esa. Recuerda que lo que sigue es producto de sólo tres días en China y sólo de Shanghai.

Los que no somos chinos nos reconocemos al instante. No hagas juicios precipitados, camarada, y ni se te ocurra acudir al criterio racial sin pensártelo antes (en china conviven -acceso de tos…ejem, ejem…- varias decenas de razas y no tienen el monopolio del ojo rasgado). No te descubro nada si te digo que las costumbres son diferentes y que la forma en que parece que entienden la vida no es igual a la nuestra - aunque, ahora mismo, yo no esté tan seguro, y esté rascando algo de la universalidad aristotélica (esencia en potencia). Pero estoy lejos aún de conocer a los chinos, o a uno siquiera, y de entenderlos. Y como los de fuera tenemos eso en común, verbigracia, que no somos chinos ni entendemos lo chino ni el chino, pues algo compartimos y en las miradas se nos nota.

Aunque, ciertamente, ellos (terrible radical opuesto, que me veo obligado a usar de momento) hacen sus esfuerzos por conocernos. No del modo que uno esperaría, quizá más en relación con lo utilitario (de útil). Me parece que ante ellos somos bastante predecibles: saben qué nos gusta, qué necesitamos, qué queremos… y nos lo dan sin más esfuerzo que el del comercio, sin quizá nosotros (otro radical, tan terrible) exigir nada, o sin más interés.

Desvarío en filosofías. Disculpa, querido amigo, pero cuesta poner los pensamientos en orden con tanto impacto. Dejemos el ser mental y bajemos al estómago, acerquémonos a la orilla. En el horizonte se divisan: chinas jugando a los dados en las discotecas, donde se escucha música electrónica y las cervezas las sirven con tapas de fresca sandía; las imágenes son grandes aliadas en los restaurantes, aunque no la mejor solución - te lo escribo por experiencia e impericia; la fregona es un elemento de uso común, pero del cubo y escurridor no hay ni rastro ni pruebas; las bicicletas sirven tanto de paseo como de transporte de mudanzas; la bandera de las cinco estrellas es omnipresente, y es llamativo verla sujeta a un mástil de bambú; los olores de lo frito, las raspas, los desperdicios…se mezclan tanto que hay lugares en los que se amontona y se puede sentir el tacto áspero en la pituitaria; los chinos no son necesariamente más bajos.

Te dejo, querido amigo, con muchas letras en el tintero pero sin más yuanes para timbre. Prometo ahorrar alguna idea y mandártela más tarde a este código postal. Me permito la licencia y me despido con un beso.

27 septiembre, 2011

Asunción de responsabilidad

Querido camarada: 

Apenas quedan días para reunirme con China ¡Oh, tremendo país! Enorme en su geografía, intrépido en su desarrollo, bárbaro en sus capacidades. Y es por eso, querido camarada, que es tan temido. 

Pero ¿no es cierto, querido amigo,  que China ha contado siempre con esas enormidades, intrepideces y barbaridades? ¿Por qué, sin embargo, hemos cambiado tanto de actitud hacia China, como intentaré demostrar humildemente?

Estoy revisando literatura antigua, de los tiempos en que el Tratado de Nankin tenía la fuerza de la ley y ponía límites a los derechos de los chinos sobre China ¿Qué son los chinos en las tribulaciones de Verne? Poco más que simpatiquísimos señores bajitos y de largas trenzas, sujetos a la tradición más ridícula, que viven hacinados en pestilentes barriadas alejadas, concienzudamente, de las sanas concesiones internacionales, y que se alimentan del repaso de una filosofía anticuada y estéril ¿Qué dice Maugham de los chinos mientras sus personajes se dedican al amor? Pues no dice nada, porque no son más que elementos del entorno, como los sauces y las garzas; hábiles trabajadores manuales que pueden poco más que planchar y esperar a que la medicina, no la suya, la de verdad, les cure del cólera. En la literatura más joven, aunque no menos antigua ¿Qué son para Vicky Baum los chinos que merodean el hotel Shanghai durante la guerra sino-japonesa? Aunque los trate con más cariño que Verne, cae en los mismos análisis simples para concluir que sólo si se sale de China puede un chino entender algo. 

¿Cómo es que hoy nos dé por hablar de mecanismos ocultos, de estrategias silenciosas, de amenazas veladas de un gigante en apariencia tranquilo? Le doy la razón, querido camarada: el tiempo no ha pasado en balde y, desde que Verne,  Maugham o Baum vieron sus manuscritos en letras de molde, han pasado en China acontecimientos que nos ha demostrado auténticas bestialidades, genocidios… Pero para eso aún es pronto y ya habrá tiempo de ir viéndolo. Por ahora, te dejo en el aire la pregunta de qué es lo que tiene China que nos da tanto miedo, si es una fantasía, una irrealidad, un coletazo de nacionalismo etnocéntrico e irredento y que creíamos muerto, un váyase usted a saber. Es a esa pregunta a a la que quiero dar respuesta, y de la que te enviaré puntualmente mi punto de vista.  

De momento, una reflexión le quita fiereza y aroma a azufre al dragón: China fue el país que inventó la pólvora y  la empleó en fuegos artificiales.
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viven

12 septiembre, 2011

Antes de que todo esto ocurra

Querido camarada: 
Aún no he llegado a Shanghai. No sé qué esperar de la ciudad ni qué ofrecerle… Pero ¡aún no te he explicado por qué me voy a donde me voy, honorable camarada! Ya supones, ingenioso amigo, que voy a China ¿Que a qué? Pues no te lo diré, no sería acertado. Prefiero que, a lo largo de este tiempo, lo vayas descubriendo –y yo contigo, honrando a la verdad. Irán cayéndose perlas de información que sabrás ir ensartando en este collar de recuerdos por entregas que te regalo. 
Me anticipo a responder algunas de las preguntas que, por amor de tu sanísima curiosidad, te estarás haciendo ¿Por qué voy a China? Porque no hacerlo sería un error ¿Por qué tan lejos?  A la gallega, ¿por qué tan cerca? No caben ahora valoraciones como esa: el espacio no es medida válida ¿Para qué a China, a Shanghai? Te dije que no sería prudente adelantar según qué información en este momento. Concédeme el regalo de tu paciencia, querido amigo. 
Sigo. Te confieso que, antes de que todo esto empiece, me embarga el miedo ante lo desconocido, en cantidades naturales, propias de toda aventura como ésta, y las ganas, ahora febriles, de llegar al imperio del medio, al reino de las flores, al Celeste Imperio... ¡Oh, querido camarada, sólo esos nombres tan sugerentes ya me inundan de ilusión por ir!
Y ¿cómo te las piensas apañar en ese sitio? Sagaz, amigo. Pues aún no lo sé, pero sabe que, apañármelas, me las apañaré. Si lo dices por el idioma, estoy bien pertrechado de manuales, diccionarios, herramientas... que aún no sé muy bien cómo utilizar, pero que a su debido tiempo les daré, redundancia, debido uso. Si preguntas por asuntos que se escapan a la lengua y tienen más que ver con lo circundante, esto es, la boca y el recorrido del tracto intestinal, has dado en la fuente de ese miedo mezclado con ganas que te contaba. Reconoce que es la incertidumbre lo que convierte al futuro en aventura; si no, sería rutina, y de eso ahora no tengo ganas. Llenarla, seguro me las ingenio; vaciarla, sólo Dios lo sabe. Me consuela pensar que, como se dice, los guisos de sapos saben a pollo (eufemismo para neutro de los malos paladares). 
Pero ¿Por qué todo esto? ¿Qué necesidad tienes? Como tal necesidad, ninguna. No preciso irme a parte ninguna, pero en economía dicen que las necesidades son infinitas. Algo satisfará todo esto. A la primera pregunta no sé qué responder, y no porque no le haya dado vueltas. Tengo algunas soluciones, pero son sumas de vaguedades e imprecisiones, algo de metafísica y mucho de ensoñaciones. Dame tiempo y sabré responder. 
Te dejo, querido camarada, con la promesa de seguir escribiéndote. 
Sinceramente tuyo.