12 septiembre, 2011

Antes de que todo esto ocurra

Querido camarada: 
Aún no he llegado a Shanghai. No sé qué esperar de la ciudad ni qué ofrecerle… Pero ¡aún no te he explicado por qué me voy a donde me voy, honorable camarada! Ya supones, ingenioso amigo, que voy a China ¿Que a qué? Pues no te lo diré, no sería acertado. Prefiero que, a lo largo de este tiempo, lo vayas descubriendo –y yo contigo, honrando a la verdad. Irán cayéndose perlas de información que sabrás ir ensartando en este collar de recuerdos por entregas que te regalo. 
Me anticipo a responder algunas de las preguntas que, por amor de tu sanísima curiosidad, te estarás haciendo ¿Por qué voy a China? Porque no hacerlo sería un error ¿Por qué tan lejos?  A la gallega, ¿por qué tan cerca? No caben ahora valoraciones como esa: el espacio no es medida válida ¿Para qué a China, a Shanghai? Te dije que no sería prudente adelantar según qué información en este momento. Concédeme el regalo de tu paciencia, querido amigo. 
Sigo. Te confieso que, antes de que todo esto empiece, me embarga el miedo ante lo desconocido, en cantidades naturales, propias de toda aventura como ésta, y las ganas, ahora febriles, de llegar al imperio del medio, al reino de las flores, al Celeste Imperio... ¡Oh, querido camarada, sólo esos nombres tan sugerentes ya me inundan de ilusión por ir!
Y ¿cómo te las piensas apañar en ese sitio? Sagaz, amigo. Pues aún no lo sé, pero sabe que, apañármelas, me las apañaré. Si lo dices por el idioma, estoy bien pertrechado de manuales, diccionarios, herramientas... que aún no sé muy bien cómo utilizar, pero que a su debido tiempo les daré, redundancia, debido uso. Si preguntas por asuntos que se escapan a la lengua y tienen más que ver con lo circundante, esto es, la boca y el recorrido del tracto intestinal, has dado en la fuente de ese miedo mezclado con ganas que te contaba. Reconoce que es la incertidumbre lo que convierte al futuro en aventura; si no, sería rutina, y de eso ahora no tengo ganas. Llenarla, seguro me las ingenio; vaciarla, sólo Dios lo sabe. Me consuela pensar que, como se dice, los guisos de sapos saben a pollo (eufemismo para neutro de los malos paladares). 
Pero ¿Por qué todo esto? ¿Qué necesidad tienes? Como tal necesidad, ninguna. No preciso irme a parte ninguna, pero en economía dicen que las necesidades son infinitas. Algo satisfará todo esto. A la primera pregunta no sé qué responder, y no porque no le haya dado vueltas. Tengo algunas soluciones, pero son sumas de vaguedades e imprecisiones, algo de metafísica y mucho de ensoñaciones. Dame tiempo y sabré responder. 
Te dejo, querido camarada, con la promesa de seguir escribiéndote. 
Sinceramente tuyo.

2 comentarios:

  1. El Marco Polo de la familia parece ser que nos va a tener entretenidos durante un tiempo. Espero que los sapos realmente te sepan a pollo. Te añado a favoritos, seré una fiel seguidora de tus aventuras y desventuras. Estoy impaciente por disfrutar de tu próxima entrega. Me encanta.

    ResponderEliminar