19 enero, 2012

Reflexión (tardía) sobre el trabajo socialista

Querido camarada: 

¡Cuánto tiempo sin noticias mías! ¿Podrás perdonar alguna vez mi falta de consideración y constancia? Te invito a que iniciemos desde hoy mismo, mi querido amigo, el repaso a las cartas que gritan desesperadas por salir del tintero desde el antepenúltimo paraíso del socialismo real en la tierra. Empecemos, no hay tiempo que perder.

¿Cuándo aprenderán los cobardes capitalistas a alimentar peor a sus perros para dar de comer a los que no tienen nada? ¿Cómo pueden jactarse de los beneficios del libre mercado, de las ventajas… mientras sus economías viven en la depresión más absoluta desde los años treinta? ¡Qué valor!

En China, amigo mío, los argumentos que disparan los enemigos del Estado no hacen más que rebotar contra el poderosísimo escudo que nosotros, todos, el pueblo, formamos ante sus ataques. Un escudo formado de hechos y pruebas poderosísimas, irrebatibles, totales. Mira si no en cada cruce de calles, esos nudos que vertebran el ir y venir glorioso del trabajador chino, a los asistentes del tráfico, héroes de la circulación, que controlan que ningún despistado (pues, aunque socialistas, la naturaleza humana no es perfecta) se salte un semáforo. Quiero creer que la luz roja se convierte en algo así como un llamamiento a la salvación de la patria, y que las buenas gentes se sienten llamadas más por su responsabilidad que por su prisa. Como sea, para evitar desgracias, cuatro trabajadores, cuatro, se colocan en cada cruce, uno por esquina, enfundados en chaquetas de color caqui, con silbatos brillantes y botas para pasar revista. Si algún incauto intenta cruzar, se lanzan a pitidos contra el imprudente y le conminan con voz enérgica a regresar a su sitio. Y piensa ahora en cuántos cruces de calles puede haber en una ciudad como la megalópolis de Shanghai, núcleo urbano más grande del mundo… Un encomiable servicio a la patria que nos recuerda a todos, y pone en evidencia al capitalismo anti-estado occidental, el papel que el gobierno, o el partido, tanto monta, monta tanto, juegan en la sociedad.

Así, camarada, comprando semáforos para sustituir a un agente de circulación, y colocando luego a cuatro trabajadores para controlar el tránsito de los peatones, en la economía se demuestra como una guía desde el centro será siempre mejor que cualquier otro sistema.

Aunque existen algunos casos en que el partido decide que los trabajadores asuman parte de riesgo y tengan sus negocios. No quiere esto decir que las decisiones descentralizadas funcionen, que no funcionan, como todos sabemos, y que las medidas que tome el planificador central siempre serán más acertadas. Véase el buen tino del gobierno en los cambios anuales de prioridades para los planes quinquenales( del grano al acero, del acero al arroz, del arroz del grano, del grano a los ataúdes...) cuando el país saltaba, grácil y más bien delgadete, hacia adelante.

Decía, oh, camarada querido, hay casos en el que las decisiones fuera del gobierno también aportan a la gran empresa nacional y socialista (¡Qué cacofónico!). Libremente, los empresarios, que pese a ser empresarios también son, cómo no, socialistas, abren sus negocios y libremente se ajustan a la reglamento que se les impone. Libremente, se obligan ante la ley a contratar a más gente de la que un negocio necesita, a aumentar sus gastos en personal cuando no hacen falta. Es su voluntad, ciertamente, ajustarse a la ley. Por eso pueden verse hoteles con varias recepciones, una por planta, o más camareros que clientes en las tabernas donde descansan los trabajadores del país.

Me despido así, querido amigo, con esa reflexión y con el ferviente deseo de que pases un feliz año nuevo chino (que está al caer).  
Con renovado amor, 

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