27 enero, 2012

El poblachón manchú lleno de directores generales

Querido Camarada:

¿Cómo te tratan los tiempos que vivimos?¿Cómo sigue la lucha constante a aquel lado de la muralla?Lo digo porque, por mucho que me he acercado a la cornisa y a mirar al otro lado, por mucho que aguzaba la vista, por mucho medio que cuerpo que sacase entre las almenas, con eso y todo, no conseguí ver más allá de la misma China. He estado en la muralla y he descubierto, al mirar a ambos lados de la línea, una China ensimismada.

Y, amigo mío, está en todo su derecho. Ensimismada por ley natural, que aunque poco revolucionaria, muy daoista, y ya te he explicado que el ardor revolucionario "a la chine", con un consumo responsable de confucianismo antediluviano, es un maridaje perfecto –se lo digan al armonizador Hu. China dentro de China, así las cosas.

Porque lo tiene todo y no necesita de nadie, quizás sólo de sí misma, China, mi amigo en el evangelio revelado por el pro-hombre, China se puede permitir dedicarse a lo que de verdad le importa: ella y nada más que ella. Y una gran parte de ella es su capital.

Y no me refiero a su capital humano, que, total, son sólo personas, personas nada más, ya ves, como si sólo hubiese personas. Digo que su capital, Pekín, Beijing, La ciudad importante del Norte, es China en gran parte. Es la China más oficial, tomado oficial prestado del inglés, en el sentido de pública y servidora a la clase obrera, o sea, a partes iguales entre el partido y el ejército de liberación. Pekín es la demostración total de China, una "puestademanifiestópolis" consagrada al hecho de que China sigue existiendo (¿pues cabía alguna duda?).

Es la ciudad imperial desde el inicio de los tiempos, desde mucho antes de la primera olimpíada, y no por eso deja de ser también olímpica. Es amplia como puede serlo: a lo ancho, respetando una horizontalidad que nos recuerda que pertenecemos todos a una clase, la clase única y horizontal que observa feliz sólo las banderas rojas en sus mástiles símbolos del derecho supremo de levantase sobre cualquiera.

Pekín es una ciudad de contemplación, de recogimiento casi tibetano en los templos que demuestran la integridad territorial china, misticismo religioso, hasta histórico, casi político, o al revés. En su inmensidad descansan los símbolos del país, sus héroes, los buenos recuerdos de un pasado borrado por el teñido de rojo hemoglobínico con recuerdos de ocre cañonero, muy demodé, casi de cambio de década, ochenteno. De finales de los ochenta. Del 89 o así, como por verano, como por junio.

Pero todo eso se acabó, y hoy se demuestra que la China más abierta al mundo no recibe nada de él simplemente porque no lo necesita ¿Democracias a China?¿Sociedad Civil a China?¿Paparruchas a China?¡Bastante tiene China! Porque, querido amigo, China está en su momento, en su cacareado siglo, en el momento de levantarse, pues es lo que irremediablemente le toca, o eso dicen. Y se va a levantar a la china. Un país conocido por la tortura y la paciencia, puede pasar sin nada, porque lo tiene todo, y su momento lo demuestra, y Pekín lo demuestra.

Pekín, una ciudad en la que conviven tradición milenaria, tradición posterior a 1949 y modernidad china (que es una mezcla de lo anterior, sus efectos y Hello Kitty), la cita de las tres Chinas, la oficial, la militar y la otra como se llame.

Un abrarzo fuerte, querido amigo

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